miércoles, 30 de diciembre de 2009

EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD





Hace días que las calles están adornadas con bombillas multicolor, que por ellas transita gente cargada de prisas y de paquetes de regalos, y que en todos lados se vuelve a oír aquello del espíritu de la Navidad. Con esto ocurre como los “días de”: el día del niño, el de la mujer trabajadora, el día sin tabaco, el de la amistad, el de la paz… Todos ellos símbolos de algo que debiera estar presente en nuestras mentes y nuestras actuaciones todo el año pero que se ve que jamás lo está, porque una vez cada 365 días es preciso hacer sobre ello una llamada de atención, cacareada por políticos, medios de comunicación, organismos oficiales… Todos nos sentimos muy concienciados ese día. Mañana ya no toca. Seguramente la mayoría de los que nos leéis habéis recibido alguna vez en el móvil a finales de la Navidad uno de esos mensajes que todo el mundo manda a todo el mundo en determinadas fechas y que, aunque alusivo a éstas en que ahora estamos, por su ironía rayana en el sarcasmo parece extensible a los “días de”:

“Aviso a toda la población: el simulacro de Paz y Amor ha finalizado. Guarden los langostinos, insulten a sus cuñados y disuélvanse".

Pero hay historias que hacen trastabillar el escepticismo y que invitan a pensar que quizás al fin y a la postre estos “días de” sí que dejan poso, y que el espíritu de la Navidad no es una simple frase hecha, al menos no siempre, porque a veces es capaz de despertar lo mejor de nosotros mismos: nuestra humanidad. Una de esas historias, por lo visto cierta, es la que sucedió en la noche del 24 de diciembre de 1914, principios de la Primera Guerra Mundial, en el frente de Ypres, una ciudad en el sur-oeste de Bélgica.

Se esperaba una fuerte ofensiva germana para esa noche o la de Año Nuevo, y las tropas anglo-belgas estaban preparadas para responder de forma contundente. Cuando los hombres del segundo regimiento de guardias escoceses advirtieron multitud de pequeñas luces que brillaban en el lado alemán estuvieron seguros de que se trataba del comienzo del anunciado ataque, y sin más demora abrieron fuego contra el enemigo. El desconcierto comenzó al advertir que aquella nutrida descarga no estaba siendo respondida, pero aún creció más, hasta llegar al estupor, cuando desde el lado contrario llegaron unas voces que, en un inglés con fuerte acento germano, exclamaban: "You no shoot, we no shoot." (si ustedes no disparan, nosotros no disparamos).

No tardaron en salir a descubierto soldados alemanes, en actitud claramente pacífica, y a los pocos minutos hombres de ambos bandos intercambiaban chocolates, cigarrillos, licores, todas esas minucias que en circunstancias como estas constituyen pequeños tesoros. Y, por supuesto, palabras. Así pudieron saber los aliados que aquellas luces eran las de los arbolitos de navidad que el Ejército alemán había enviado a sus tropas en el frente. Al de Ypres se habían mandado varios, de ahí la gran cantidad de lucecitas, que habían llamado la atención de los escoceses.

El día 25, muy de mañana, los soldados de ambos bandos salían de sus respectivas trincheras para confraternizar con “el enemigo”. Intercambio de tabaco, cerveza, chocolates, fotos familiares… Hasta partidos de fútbol hubo con pelotas hechas a lo como se pudo.

La tregua, a pesar de las tajantes órdenes en contra emitidadas por los altos mandos, se prolongó hasta la mañana del día 26, en que comenzó de nuevo el fuego cruzado entre las dos líneas del frente. Y se hace inevitable preguntarse qué sentirían en uno y otro bando cuando de nuevo tuvieron que empuñar sus armas, esta vez no contra algo casi abstracto como fuerzas enemigas sin rostros ni cuerpos bajo el casco y el uniforme, sino contra seres de carne y hueso cuyas facciones sí conocían ahora, con los que habían estado hablando, bebiendo, bromeando, jugando al fútbol…


Ypres resultó destruida casi en su totalidad al finalizar el conflicto, la Gran Guerra se saldó con más de 31 millones de muertos, heridos y desaparecidos… Pero hubo un momento en que el horror se detuvo, y precisamente fueron los malos de siempre de la película, los alemanes, quienes tuvieron la iniciativa. Hubo un momento en que unos hombres no quisieron matar a otros a pesar de las órdenes recibidas, en que fueron capaces de perdonar las bajas que se habían infligido mutuamente y relegar el rencor que hace concebir hacia el enemigo ver caer a un compañero muerto a tus pies, un momento en que qusieron compartir los pocos lujos que tenían, olvidar lo que les enfrentaba y recordar que todos somos, al fin y al cabo, seres humanos. No había paquetes de regalos envueltos con papel de brillantes colores colocados al pie de un belén o de un árbol de navidad profusamente decorado, ni mesas y manteles, ni villancicos, ni luces en ninguna calle. Pero esa noche, entre ruinas, fango, alambradas y armas momentáneamente abandonadas y silenciadas, era más navidad que en multitud de hogares de todo el mundo. Si hubo un lugar en el mundo aquel 24 de diciembre de 1914 en que de nuevo nació el Niño Jesús, fue en Ypres.

Nuestro deseo para el año que asoma ya por la esquina es que se olvidasen de una vez por todas las diferencias entre pueblos, razas, credos, entre vecinos, compañeros, amigos... Que todas las noches, en todas las casas y en cada uno de nosotros naciera el Niño Jesús, y que el espíritu de la Navidad no fuese, lo mismo que este deseo que aquí expresamos, una quimera.

Feliz año para todos.

jueves, 17 de diciembre de 2009

NAVIDAD EN EL CLARO DEL BOSQUE

Queridos compañeros y amigos:

Un año más nos reunimos Elsa (Los Viajes de Elsa), Malena (El Tintero de China) y Avalon y Etinarcadia(Calle Quimera) para desearos una feliz Navidad.

Con todo nuestro cariño: Elsa, Malena, Avalon y Etinarcadia.



Lejos, muy lejos de Belén, en las inhóspitas tierras del norte, la nieve caía espesa cubriendo de blanco y de calma cuanto encontraba a su paso. El letargo en que se hallaban sumidos los bosques solo se veía perturbado por el viento, que, más inquieto que de costumbre, zigzagueaba veloz entre los árboles como intentando contar algo, pero con tantas prisas que éstos no llegaban a entender lo que decía, y tal desasosiego les producía que veían importunado su descanso invernal. Al fin, un día habló el gran Fresno, el árbol de la vida, Yggdrasil el sabio, el sustentador de los nueve mundos, el que conoce lo que ha sido hecho, lo que se hace y lo que se hará, el que es la morada de los dioses y los hombres, de los animales, de las piedras... De todo lo que está vivo y muerto. “Sabed que pronto nacerá un niño que tomará mi lugar en el universo. Yo ya era en el principio de los tiempos, mi carga es pesada y ha durado eones. Ha llegado la hora del Otro, del que está designado desde siempre. Todas las criaturas de los nueve mundos están convocadas para presentarle sus ofrendas el día de su nacimiento, que ocurrirá pronto. Uno de vosotros deberá ir en representación de los árboles del norte a llevarle nuestro presente, uno de los frutos que dan mis ramas: una estrella de la bóveda celeste. Puesto que el natalicio tendrá lugar en el otro confín del mundo deberá ser alguien con suficiente fuerza y resistencia para soportar el viaje, y cuyo porte hermoso nos represente dignamente. Tú, abeto."

El abeto, orgulloso de que la elección hubiese caído sobre él y dispuesto a cumplir su cometido costara lo que costara, se puso en marcha. Durante semanas escaló montañas altas y bajas, suaves y escarpadas, cruzó estepas áridas y algunas herbosas, bosques pelados y bosques frondosos, tumbado sobre su tronco se dejó arrastrar por las corrientes de ríos y mares... Y cuando llegó allí donde el desierto comienza, sintió desfallecer sus fuerzas ante aquellos océanos inacabables de arena abrasadora. Muchas de sus raíces, antes fuertes y numerosas, se le habían ido quedando, rotas o astilladas, en senderos pedregosos , y las pocas que conservaba estaban debilitadas y doloridas de tanto andar, sangrando gotas de savia que se le escapaban por la numerosas grietas y heridas que se había ido haciendo tanto en ellas como en su tronco, antes erguido, robusto, vigoroso, ahora encorvado, consumido por el cansancio y la humedad de las aguas atravesadas hasta llegar allí, que empezaba a pudrir su interior. Se sintió incapaz de atravesar la desolación inmensa y amarilla que se extendía ante él... A su memoria acudieron sus tierras del norte, el frío vivificador, los pardos terrones esponjosos cubiertos de hierba tan verde como los exuberantes bosques habitados por sus hermanos... Y lloró. Lágrimas de resina corrían por sus ramas y resbalaban por su tronco para ir a enterrarse en las ávidas y resecas arenas del desierto.

En ese momento la estrella que transportaba en la parte superior de su copa centelleó. El abeto recordó el compromiso adquirido, suspiró profundamente y continuó su marcha. Caminó kilómetros y kilómetros bajo un sol implacable que parecía devorarlo todo, enceguecido por la luz que reflectaban las dunas, asfixiado por la extrema sequedad del aire... Pero consiguió atravesarlo y llegar, con las escasas fuerzas que le quedaban, a Belén.

Ya a la caída de la tarde, la estrella, que le había ido guiando en todo momento, dirigió sus pasos a un bosque verde, hermoso, tapizado de flores. Un riachuelo discurría por su suelo como una herida abierta en él, y por sus márgenes avanzaba una comitiva de animales que se dirigían hacia un establo en que dormitaba un bebé acompañado de sus padres, una mula y un buey, para ofrendarle todos los frutos de la floresta. El abeto admiró el perfume y el colorido de aquellas flores, la majestuosidad de los robles, la elegancia de los abedules, la delicadeza de los sauces, la exuberancia de la vegetación... y vio reflejados en las aguas del río su tronco reseco, las escasas ramas que le quedaban... A duras penas se reconoció. Tan lastimoso era su aspecto que, avergonzado de él, decidió esperar a la noche, a que hubiese pasado por el establo el último de los animales para así no ser visto por nadie.

Solo en esos momentos se decidió a entrar. Dobló trabajosamente su tronco y se dirigió al niño.

- Vengo de las lejanas tierras del norte a traerte el regalo de los árboles: esta estrella, uno de los frutos de Yggdrasil. El viaje ha sido largo, y muy duro, quisiera poder cogerla con mis propias ramas y ponerla a tus pies, pero ya ves que ninguna de las pocas que me quedan alcanza a la más alta, donde el Fresno la colocó...

El pequeño lo miró y le sonrió. Su sonrisa no solo era una caricia, una promesa y una bendición, sino también una puerta a la eternidad, y sus ojos parecían tener el poder de horadar el tronco del abeto hasta llegarle al mismísimo corazón. El árbol sintió que aquella criatura conocía su cansancio infinito, la vergüenza por su ajado aspecto, que tanto contrastaba con la belleza y el esplendor de la vegetación circundante, la pena y la añoranza de sus hermanos del norte, de la nieve, de todo cuanto sabía que jamás volvería a ver. Y en aquellos momentos, justo después de que el niño volviera su vista al cielo, empezaron a caer gruesos copos. Al oír el familiar roce contra el suelo el abeto salió precipitadamente del establo, y, subyugado por el milagro que se desarrollaba ante sus ojos, olvidó dónde estaba. El bosque enteramente cubierto por aquella capa blanca le hizo sentirse por unos momentos en casa, y, lleno de paz, se tumbó sobre el ahora blando suelo. Ni siquiera se había dado cuenta de que aún conservaba la estrella de Yggdrasil en su rama más alta, y con ella quedó dormido sobre la nieve.

CALLE QUIMERA

Un árbol yace dormido
entre paredes de plata,
de rojo será vestido,
de estrellas y de esperanzas,
lucecitas de colores...
ELSA





Un árbol yace dormido
entre paredes de plata,
de rojo será vestido,
de estrellas y de esperanzas,
lucecitas de colores,
que iluminarán la estancia,
titilarán cada nombre
que esté ausente en cada casa,
y en la nuestra cantarán
con colores tu semblanza:
D e verde por tu campiña
I cono de la distancia,
E n amarillos tu risa con piedrecitas de nácar,
G ranate tu corazón, palpitando la añoranza
O queriendo atravesar ese mar que nos separa

Un árbol yace dormido
entre paredes de plata.
Cuando el Niño se despierte
hará un hueco entre la paja,
para acercarte esa noche,
la Nochebuena dorada.

ELSA




Amanece y el sol va traspasando las copas de los árboles para iluminar un día más el claro del bosque. Este claro del bosque en el que comienza poco a poco la vida.

Las plantas parecen pequeños toboganes por los que se desliza el rocío matutino que salta gozoso sobre la tierra. Los pájaros intentan con cuidado abrir sus alas mientras ensayan los primeros gorjeos de la mañana sobre las ramas.

Uno, dos, uno, dos, así comienzan con decisión dos pequeñas ardillas que después de haber peinado sus coquetas colas, van dispuestas a buscar si es que la encuentran, alguna apetitosa bellota.

Los árboles del bosque se desperezan pidiéndose perdón por los roces y allá en la quietud, el silencio queda roto por el sonido del agua que cae desde la pequeña cascada hasta el remanso del rio donde los patos han comenzado ya sus vespertinas abluciones.

Las flores se van abriendo y su perfume se mezcla con el olor de la tierra húmeda. Un día más en el que los habitantes del bosque seguirán con sus labores diarias.

Ya hay movimiento. Los duendes y gnomos van y vienen limpiando el suelo de las hojas caídas, y a veces se paran sentados sobre un tronco para contarse los mil y un chismes a los que son tan aficionados.

El sol sigue su camino y ahora es el pequeño prado el que se ilumina haciendo lucir la hierba con un verde más intenso.

La vida en toda su bella explosión se manifiesta en el bosque. Lindos y afanosos animales conviven en paz con personajes salidos de un cuento de hadas.

De pronto, el pájaro carpintero cesa en su toc-toc y mira a su alrededor. Algo sucede pero no sabe lo que es. Las ardillas, los patos, los blancos conejos, las afanosas hormigas, los duendes, los árboles y hasta el sonido de la cascada cesan de hablar.

Las flores abren más sus pétalos y la hierba se estira para observar mejor. Suavemente, sin ponerse de acuerdo empiezan a caminar. Siguen hacia el camino donde las lianas se entrecruzan, donde la vegetación es más frondosa. Al camino que bordea el plateado rio desde donde saltan los peces para jugar.

Hay algo cálido en el ambiente y sus pequeños corazoncitos laten conteniendo la curiosidad. Caminan en silencio, su instinto les hace continuar.

Cerca, muy cerca está el lugar en donde los humanos guardan a las ovejas.

Ya llegan, la comitiva de ardillas, conejos, hormigas, pájaros y duendes detienen su caminar. No hay ovejas, no hay pastores. Entran y allí en el establo, rodeados por una mula y un buey, una joven madre sostiene en sus brazos a un pequeño infante que sonríe, mientras el padre adelanta su mano para que se acerquen.

Patos, gnomos, conejos, ardillas, hormigas y pequeños ratones sonríen al ver al Niño. Ellos no lo saben, pero al claro del bosque, había llegado la Navidad.

MALENA

miércoles, 9 de diciembre de 2009

UNA SIMPLE BOYA



Han transcurrido ya muchos días, casi un mes, pero en mis oídos continúa resonando una risa, una risa burlona que escuché en una taberna que, por cierto, no era la del Irlandés. Era la risa de un joven belga que, periódico en mano, se desencuadernaba a fuerza de carcajadas leyendo la noticia del ametrallamiento de una boya con los colores de la enseña española por parte de una patrullera de la Armada británica, a más de cinco millas del Peñón de Gibraltar.

Cierto y verdad es que nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación convocó al embajador británico en Madrid para que diera explicaciones. Aunque cierto y verdad es también que no se sabe cuánto tiempo transcurrió desde que se conoció la “hazaña” británica a costa de una triste boya y el momento en que al fin el Ministro decide vestirse de dignidad, elevar la protesta y pedir esas explicaciones.

Cierto y verdad es que a Paxman, el embajador británico, recién aterrizado en la capital española, no debió de sentarle bien del todo tener que estrenar su flamante cargo presentando sus excusas por “el error de juicio y la falta de sensibilidad” de los miembros de la Armada que participaron en tan poco afortunado episodio, prometiendo realizar una investigación a fondo para depurar responsabilidades, y además tomar medidas para que no vuelva a producirse un incidente de este tipo. Pero cierto y verdad es también que este ametrallamiento solo ha sido un episodio más añadido a los que se vienen sucediendo hace meses en esta aguas, y ganas de provocar. España no tiene en esa zona boyas con los colores nacionales, así que la que se usó como ejercicio de tiro tuvo que ser colocada por la Armada. Gibraltar fue cedido al Reino Unido a principios del siglo XVIII, solo la ciudad y el castillo, junto con el puerto, las defensas y las fortalezas, pero no el istmo (en la actualidad, ocupado ilegalmente), ni las aguas territoriales ni el espacio aéreo. Sin embargo, desde finales de primavera los incidentes han aumentado de forma considerable, ya que los barcos británicos intentan casi sistemáticamente impedir a los barcos oficiales españoles patrullar en la franja de tres millas que rodea Gibraltar y que reivindica Londres. La guinda del pastel era ya ametrallar los colores hispanos, eso sí, a 5 millas, en aguas internacionales...

No me deja de resonar en oído y en el hígado la risa de aquel belga, no, sumada a las que debieron de escucharse en la patrullera británica... Soy valenciano, pero aun a riesgo de que más de un lector me califique de “facha” por ello, he de decir –contra lo que se afirmaba en aquella conocida canción de Paco Ibáñez- que a mí la bandera española sí que me sabe levantar, tanto como mi senyera. Además de valenciá también me considero español, lo bueno y lo malo que ocurre en el Estado, en cualquiera de sus comunidades, me afecta de la misma manera que lo que sucede en mi País. Pero también quiero y respeto la bandera española porque para mí encarna a mi amiga Avalon, a mi amiga Malena, a mis amigos Raúl, Antifaz, Manuel, Alberto, el Vizconde, el peletero, y tantos otros. En ese símbolo que es la enseña roja y gualda están ellos, sus paisajes vitales, sus devenires cotidianos, el amor que sienten por sus respectivas tierras... Los colores de aquella boya los representan y me representan en el mundo, y si de he de ser sincero no termino de creerme las promesas de Paxman. No se investigará nada, no habrá responsabilidades, y no tardaremos en tener otro incidente que los políticos “lamentarán” pero que hará reír de nuevo a otro belga. O incluso a alguno en cuyo pasaporte figure como nacionalidad “español”.

Ya ha transcurrido casi un mes de este suceso, las noticias se queman y volatilizan en el mismo momento de ser publicadas, no tendría que estar escribiendo sobre esto. Y sin embargo, escribo...

lunes, 23 de noviembre de 2009

UN AÑO MÁS

Un año más florecen en tu calle, para ti, estas rosas de Siria, tus rosas, las que tantas veces han escuchado mudamente tus miedos y tus esperanzas. A cada una de las flores que se abren las ha madurado la certeza, y todas desprenden olor a confianza, a serenidad. A más esperanza... Y a cariño.


AVALON Y ETINARCADIA

miércoles, 11 de noviembre de 2009

LA SOMBRA DE LA LUZ




Las tres y cuarto de la madrugada, mi otro cuerpo me abandona decidido y se encamina hacia calle Quimera. Él no lo sabe pero le he descubierto, y con todo disimulo.... me he convertido en su sombra. Después de dar un pequeño rodeo y saludar a todo el que encontramos por el camino inacabado nuestros pies nos llevan, cómo no, a la Taberna del Irlandés.

Cosa extraña, el Irlandés está solo y callado, como el local. Únicamente la mesa más escondida parece ocupada, es la mesa de la Esperanza dormida. Pero no, hay otra más, en absoluta penumbra, frente a la que se recorta una silueta en apariencia masculina.

- Qué pasa, Irlandés, ¿cómo llevas la noche?

- Diferente, Etinarcadia ... Diferente.

-Te noto taciturno... Venga, pon dos copas de lo que tú sabes y así nos espabilamos, ¿hace?

- Hace, pero porque eres tú. Es que en esa mesa.....

- Ya veo, tienes un cliente algo solitario, como todos los que habitualmente recalamos en tu taberna, ¿no?

- Sí, pero es que este nunca había venido por aquí, y la verdad es que tampoco lo esperaba.

-Bueno, ¿me cuentas o qué?

-Lo vi entrar con la cabeza escondida, como el que quiere pasar sin llamar. Se acercó a la barra y después de saludar cordialmente me pidió una copa de esa bebida que solo aquí se sirve. No me dio tiempo a responder su demanda...."Las noticias llegan a todas partes, incluso allí de donde vengo, y te aseguro que mi alma está muy necesitada de ese licor", me dijo. Sin dudarlo y agitado por una inquietud que nunca antes había sentido le serví de la botella que tú sabes. Le encaminé dos copas, no me preguntes por qué.

El tabernero volvió a quedar en silencio, sumido en sus propios pensamientos.

- Ya que estamos ponme otra, Irlandés... y no pares de hablar, cuenta- le urgí, impaciente.

- Después de acabar con los dos servicios tomó dos más, a lo cual no me negué a sabiendas de que no es lo aconsejable. Y después de encenderse un pitillo a lo Bogart empezó a contarme......

-No fastides, Irlandés, que me tienes en ascuas.... Cuenta. ¡Y sirve!

-Bueno, lo primero que me dijo fue su nombre...........

- ¿Y...?

- “Hacedor de Luz”, me dijo.

- ¡¡Venga yaaaaaaaaaaaaaaa....!!! ¡¡¡¡Luzbel en la taberna...!!!!

- Si te digo la verdad me fijé más en sus ojos que en el nombre que pronunciaba. Estaba jodido, Etinarcadia, de verdad. La bebida hizo efecto y empezó a hablar....

- Por Dios... Bueno, o por el Diablo, no te calles, esta noche parece que haya que sacarte cada palabra con sacacorchos.....

- "Cansado, realmente agotado me encuentro”, me dijo.... “ Me ha sido encomendada una misión divina: poner trabas a los humanos para que ellos las superen por sí mismos y así avanzar en el camino de la verdad. La libertad, vuestro principal rasgo identitario, necesita de ésta, y de la existencia de opciones que posibiliten la libre elección. Pero tabernero, me veo desbordado por la malicia e ignorancia de tu especie. Es como si no quisieran verse en el espejo de su corazón. El humano ha llegado a su límite... no cabe más mal. Ese, el mal, el que lleváis dentro, el que elegís hacer, ese es el verdadero Diablo al que tanto teméis, no yo. Yo solo soy Luzbel, condenado a ser el antagonista eterno, la sombra de la luz. Nunca fui el enemigo que los hombres han querido hacer de mí, me han hecho cargar con una cruz que en realidad es la suya propia, y me han crucificado en ella, como a Cristo. No deja de tener gracia la paradoja, ¿verdad...? Como a Cristo.... Crucifican todo lo que no entienden, todo lo que no quieren oír... Su esfuerzo y el mío han sido en vano. Eones luchando por un ideal para nada. Mañana lo intentaré de nuevo, pero ahora ponme otra copa, por favor".

No supe muy bien qué responder a eso, ni al silencio del Irlandés. Miré la solitaria figura que se encorvaba ante la mesa en penumbras...

- Pon a enfriar otra botella, que a esa invito yo. Voy a sentarme con él, yo sí quiero oír...




viernes, 30 de octubre de 2009

LA PROFUNDA DEVOCIÓN DE VERÓNICA


La profunda devoción de la Verónica de “La profunda devoción de Verónica”, la fotografía de Saudek que encabeza este post, no tiene nada de religiosa. Es una devoción profunda, sí, pero carnal, intensamente carnal, el lado ambiguo del amor, del deseo, rayano incluso en las fantasías más oscuras, en ese aspecto quizás perverso y transgresor que es la sumisión.

El brazo masculino moreno, musculado y nervudo que desciende por el ángulo superior derecho de la imagen no puede menos que recordar al de Dios en “La creación de Adán”, una de las escenas del Génesis pintada por Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina. En ella, el Padre extiende un dedo hacia su criatura para insuflarle vida, el más bello acto de amor que puede concebirse. Sirve de eje a la composición la línea horizontal, sobre la que reposan las manos que se acercan, una para dar la vida, la otra para recibirla, las manos de dos seres que a pesar de sus tan diferentes condiciones, humana el uno, divina el otro, se encuentran en este momento tan trascendental en un mismo plano figurativo, como una metáfora del versículo 26 del Génesis I: Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza …


Sin embargo, es la línea diagonal la que vertebra la composición de Saudek, una diagonal perfecta formada por la figura de la mujer , frágil, delicada, entregada, y la del brazo masculino, fuerte, nervudo, urgiendo la entrega, diagonal que sitúa a ambos personajes en distintos niveles : él en un plano superior, ella inferior, recortados contra ese fondo de pared descascarillada y mohosa de sótano húmedo, ruinoso y comido de miseria que fue durante años tan protagonista o más de la obra de Saudek que sus mismos personajes. No es un acto de amor desinteresado y generoso el que se desarrolla ante nuestros ojos, como el que pintara Miguel Ángel, aquí no se extiende un dedo para insuflar vida, sino la mano para exigirla y arrancarla en el momento de ser besada. El brazo cae como un rayo que, siendo oscuro, paradójicamente ilumina el rostro de Verónica, transportado por un arrobo casi místico, los ojos cerrados, como cerrando asimismo con sus párpados cualquier posible ventana al mundo por donde pudiera escapar algo de sí misma. Parece concentrar cuanto es y cuanto siente, y expelerlo por su boca dejándolo salir en el aliento que acompaña al beso, depositando sumisamente no solo su vida, sino también su alma en la piel del hombre hecho dios.

El estatismo del rostro femenino casi sumido en el éxtasis contrasta con el dinamismo agazapado en un cuerpo erguido, tensionado, apenas aposentado sobre el filo de la banqueta. Dispuesto, como sugiere la posición de las manos sobre sus muslos, a saltar de ella a la menor indicación del dueño de la mano que besa. No acaba aquí la poética del contraste que acentúa el contenido emocional de la fotografía. Si la desnudez intenta despojar al hombre de su continua vergüenza , librarlo del obstáculo moral para permitir que aflore su humanidad desnuda y descalza, es precisamente ese delgado vestido, cursi y hasta kitsch como casi todo Saudek, el que resalta a través de sus transparencias la sensualidad y el erotismo del cuerpo que trasluce, su mansa, suave y casi virginal femineidad, subrayada por el moño bajo en que la mujer recoge su larga cabellera. Ese vestido no cubre nada, lo muestra todo, pero envuelve como papel celeste de celofán el regalo que Verónica hace de sí misma, de su alma exhalada en el éxtasis del beso a la mano masculina, de su sexo velado por gasas que no disfrazan su “olor a muerte” sino que la prometen, esa muerte en que uno muere cada vez que se entrega carnalmente a otro.

Este trabajo de Saudek quizás sea la excepción que confirma la regla que el escritor y semiólogo Roland Barthes aplicaba a la fotografía, de la que afirmaba que al consistir en un conjunto desordenado de signos no codificados , creaba un problema semiótico: una especie de “crisis comunicativa”. “La profunda devoción de Verónica” bordea y trasciende esa dificultad para mostrar sin ningún tipo de interferencia comunicativa una sexualidad descarnada, potente , simbolizada en una posición de poder junto a otra de sumisión, una sexualidad gruesa, de sal gorda refinada en una imagen de aparente delicadeza, gracilidad y casi candor , sin recurrir esta vez a un erotismo de reminiscencias medievales un tanto vulgares, groseras, como en otras ocasiones hace este fotógrafo.

jueves, 29 de octubre de 2009

Y SIN EMBARGO, ESPERANZA



Se hilvanan las últimas sombras nocturnas

con las que anteceden al alba,

y un día sucede sin apenas frontera a otro día,

en un continuo implacable donde

se amasijan, informes, la noche y la madrugada,

la jornada de ayer, la de hoy y la de mañana,

que desvivo a empujones de autómata inercia,

de tenaz apatía...

El ruido de las máquinas de mi fábrica se confunde

en infernal y oscura mezcolanza

con el del reloj que ejecuta las horas, los meses, los años,

con el sonido del corazón, que ejecuta mi vida...

Hasta mi prisión de plazos, facturas,

de cansancio infinito que nunca se acaba,

llega el vago olor de la apenas vida que me alcanza,

el eco lejano de las risas de mis hijos,

los recuerdos de lo que no he vivido...

En la sala de espera, los libros que quiero leer,

los poemas que mi mente sólo alcanzó a pergeñar,

la tarde de miércoles de cine y palomitas,

ese viaje que siempre dejo para mejor ocasión...

Lo único cierto, el crujir de mis días arrugados y tirados

a la papelera, como periódicos viejos.

Seis de la mañana. Como Lázaro, levántate y anda...

Pero siempre... siempre, resiste la esperanza.