
Hace días que las calles están adornadas con bombillas multicolor, que por ellas transita gente cargada de prisas y de paquetes de regalos, y que en todos lados se vuelve a oír aquello del espíritu de la Navidad. Con esto ocurre como los “días de”: el día del niño, el de la mujer trabajadora, el día sin tabaco, el de la amistad, el de la paz… Todos ellos símbolos de algo que debiera estar presente en nuestras mentes y nuestras actuaciones todo el año pero que se ve que jamás lo está, porque una vez cada 365 días es preciso hacer sobre ello una llamada de atención, cacareada por políticos, medios de comunicación, organismos oficiales… Todos nos sentimos muy concienciados ese día. Mañana ya no toca. Seguramente la mayoría de los que nos leéis habéis recibido alguna vez en el móvil a finales de la Navidad uno de esos mensajes que todo el mundo manda a todo el mundo en determinadas fechas y que, aunque alusivo a éstas en que ahora estamos, por su ironía rayana en el sarcasmo parece extensible a los “días de”:
“Aviso a toda la población: el simulacro de Paz y Amor ha finalizado. Guarden los langostinos, insulten a sus cuñados y disuélvanse".
Pero hay historias que hacen trastabillar el escepticismo y que invitan a pensar que quizás al fin y a la postre estos “días de” sí que dejan poso, y que el espíritu de la Navidad no es una simple frase hecha, al menos no siempre, porque a veces es capaz de despertar lo mejor de nosotros mismos: nuestra humanidad. Una de esas historias, por lo visto cierta, es la que sucedió en la noche del 24 de diciembre de 1914, principios de la Primera Guerra Mundial, en el frente de Ypres, una ciudad en el sur-oeste de Bélgica.
Se esperaba una fuerte ofensiva germana para esa noche o la de Año Nuevo, y las tropas anglo-belgas estaban preparadas para responder de forma contundente. Cuando los hombres del segundo regimiento de guardias escoceses advirtieron multitud de pequeñas luces que brillaban en el lado alemán estuvieron seguros de que se trataba del comienzo del anunciado ataque, y sin más demora abrieron fuego contra el enemigo. El desconcierto comenzó al advertir que aquella nutrida descarga no estaba siendo respondida, pero aún creció más, hasta llegar al estupor, cuando desde el lado contrario llegaron unas voces que, en un inglés con fuerte acento germano, exclamaban: "You no shoot, we no shoot." (si ustedes no disparan, nosotros no disparamos).
No tardaron en salir a descubierto soldados alemanes, en actitud claramente pacífica, y a los pocos minutos hombres de ambos bandos intercambiaban chocolates, cigarrillos, licores, todas esas minucias que en circunstancias como estas constituyen pequeños tesoros. Y, por supuesto, palabras. Así pudieron saber los aliados que aquellas luces eran las de los arbolitos de navidad que el Ejército alemán había enviado a sus tropas en el frente. Al de Ypres se habían mandado varios, de ahí la gran cantidad de lucecitas, que habían llamado la atención de los escoceses.
El día 25, muy de mañana, los soldados de ambos bandos salían de sus respectivas trincheras para confraternizar con “el enemigo”. Intercambio de tabaco, cerveza, chocolates, fotos familiares… Hasta partidos de fútbol hubo con pelotas hechas a lo como se pudo.
La tregua, a pesar de las tajantes órdenes en contra emitidadas por los altos mandos, se prolongó hasta la mañana del día 26, en que comenzó de nuevo el fuego cruzado entre las dos líneas del frente. Y se hace inevitable preguntarse qué sentirían en uno y otro bando cuando de nuevo tuvieron que empuñar sus armas, esta vez no contra algo casi abstracto como fuerzas enemigas sin rostros ni cuerpos bajo el casco y el uniforme, sino contra seres de carne y hueso cuyas facciones sí conocían ahora, con los que habían estado hablando, bebiendo, bromeando, jugando al fútbol…

Ypres resultó destruida casi en su totalidad al finalizar el conflicto, la Gran Guerra se saldó con más de 31 millones de muertos, heridos y desaparecidos… Pero hubo un momento en que el horror se detuvo, y precisamente fueron los malos de siempre de la película, los alemanes, quienes tuvieron la iniciativa. Hubo un momento en que unos hombres no quisieron matar a otros a pesar de las órdenes recibidas, en que fueron capaces de perdonar las bajas que se habían infligido mutuamente y relegar el rencor que hace concebir hacia el enemigo ver caer a un compañero muerto a tus pies, un momento en que qusieron compartir los pocos lujos que tenían, olvidar lo que les enfrentaba y recordar que todos somos, al fin y al cabo, seres humanos. No había paquetes de regalos envueltos con papel de brillantes colores colocados al pie de un belén o de un árbol de navidad profusamente decorado, ni mesas y manteles, ni villancicos, ni luces en ninguna calle. Pero esa noche, entre ruinas, fango, alambradas y armas momentáneamente abandonadas y silenciadas, era más navidad que en multitud de hogares de todo el mundo. Si hubo un lugar en el mundo aquel 24 de diciembre de 1914 en que de nuevo nació el Niño Jesús, fue en Ypres.
Nuestro deseo para el año que asoma ya por la esquina es que se olvidasen de una vez por todas las diferencias entre pueblos, razas, credos, entre vecinos, compañeros, amigos... Que todas las noches, en todas las casas y en cada uno de nosotros naciera el Niño Jesús, y que el espíritu de la Navidad no fuese, lo mismo que este deseo que aquí expresamos, una quimera.
Feliz año para todos.