La profunda devoción de
El brazo masculino moreno, musculado y nervudo que desciende por el ángulo superior derecho de la imagen no puede menos que recordar al de Dios en “La creación de Adán”, una de las escenas del Génesis pintada por Miguel Ángel en la bóveda de
Sin embargo, es la línea diagonal la que vertebra la composición de Saudek, una diagonal perfecta formada por la figura de la mujer , frágil, delicada, entregada, y la del brazo masculino, fuerte, nervudo, urgiendo la entrega, diagonal que sitúa a ambos personajes en distintos niveles : él en un plano superior, ella inferior, recortados contra ese fondo de pared descascarillada y mohosa de sótano húmedo, ruinoso y comido de miseria que fue durante años tan protagonista o más de la obra de Saudek que sus mismos personajes. No es un acto de amor desinteresado y generoso el que se desarrolla ante nuestros ojos, como el que pintara Miguel Ángel, aquí no se extiende un dedo para insuflar vida, sino la mano para exigirla y arrancarla en el momento de ser besada. El brazo cae como un rayo que, siendo oscuro, paradójicamente ilumina el rostro de Verónica, transportado por un arrobo casi místico, los ojos cerrados, como cerrando asimismo con sus párpados cualquier posible ventana al mundo por donde pudiera escapar algo de sí misma. Parece concentrar cuanto es y cuanto siente, y expelerlo por su boca dejándolo salir en el aliento que acompaña al beso, depositando sumisamente no solo su vida, sino también su alma en la piel del hombre hecho dios.
El estatismo del rostro femenino casi sumido en el éxtasis contrasta con el dinamismo agazapado en un cuerpo erguido, tensionado, apenas aposentado sobre el filo de la banqueta. Dispuesto, como sugiere la posición de las manos sobre sus muslos, a saltar de ella a la menor indicación del dueño de la mano que besa. No acaba aquí la poética del contraste que acentúa el contenido emocional de la fotografía. Si la desnudez intenta despojar al hombre de su continua vergüenza , librarlo del obstáculo moral para permitir que aflore su humanidad desnuda y descalza, es precisamente ese delgado vestido, cursi y hasta kitsch como casi todo Saudek, el que resalta a través de sus transparencias la sensualidad y el erotismo del cuerpo que trasluce, su mansa, suave y casi virginal femineidad, subrayada por el moño bajo en que la mujer recoge su larga cabellera. Ese vestido no cubre nada, lo muestra todo, pero envuelve como papel celeste de celofán el regalo que Verónica hace de sí misma, de su alma exhalada en el éxtasis del beso a la mano masculina, de su sexo velado por gasas que no disfrazan su “olor a muerte” sino que la prometen, esa muerte en que uno muere cada vez que se entrega carnalmente a otro.
Este trabajo de Saudek quizás sea la excepción que confirma la regla que el escritor y semiólogo Roland Barthes aplicaba a la fotografía, de la que afirmaba que al consistir en un conjunto desordenado de signos no codificados , creaba un problema semiótico: una especie de “crisis comunicativa”. “La profunda devoción de Verónica” bordea y trasciende esa dificultad para mostrar sin ningún tipo de interferencia comunicativa una sexualidad descarnada, potente , simbolizada en una posición de poder junto a otra de sumisión, una sexualidad gruesa, de sal gorda refinada en una imagen de aparente delicadeza, gracilidad y casi candor , sin recurrir esta vez a un erotismo de reminiscencias medievales un tanto vulgares, groseras, como en otras ocasiones hace este fotógrafo.