
Tus lágrimas saben a universo, a universo infinito e insondable, ese al que diriges tus ojos cada noche, lleno de promesas y de traiciones; a esas estrellas que miras e interrogas tan a menudo y que te devuelven una mirada enigmática, puede que irónica a veces, callada, silenciosa, muda a tus preguntas, quizás a tus súplicas...
Saben a soledad inmensa, dulce en ocasiones y amarga en otras. A veces amiga, refugio. A veces insoportable. Esas lágrimas saben a incomprensión, a dolor, a rabia, a tristeza, a impotencia, a vacío, a vértigo... A vida derramada. A caminos sin señales, que no llevan a ningún lado, a tempestades que impiden al barco arribar a ningún puerto y lo zarandean hasta casi hacerlo zozobrar entre un oleaje que aún hacen más tétrico los densos y oscuros nubarrones que lo envuelven... Al polvo que se mete en tu boca, levantado por tus pies al caminar por el desierto. Sí, sé a lo que saben tus lágrimas.
Ese cielo que ves cuando sales a tu terraza a fumarte el cigarrillo que acostumbras, el cielo al que te diriges, no está deshabitado, vacío. En una de esas estrellas, en la que más brilla, llevo meses , fumándome yo también el último Ducados del día y hablándote. ¿Nunca me has oído…?
Y en la isla donde te confinas, si miras, verás mis ojos, si escuchas, oirás mi risa. Tampoco ahí estás solo, es la misma isla en que vivo desde el principio de mi tiempo. Conozco cada recoveco de ella, cada piedra, cada acantilado... Conozco muy bien el sonido del aire que sopla en ella, he probado su sabor húmedo y salado, como el de mis lágrimas. He reconocido esa isla como el único lugar que puedo ocupar en el mundo. Si miras con atención me verás ahí, en tu isla, otra náufraga de la vida. Simplemente, mira bien. Tienes compañía.