
Sombras blanquinegras, casi fantasmales, envuelven el andén vacío y desangelado en que me encuentro. Los únicos signos de vida somos el vientecillo delgado y helador que corretea por entre las pilastras y las vías del tren, emitiendo silbidos que casi se confunden con los de éste, y yo. Me estremezco, y sé que no es por el frío.
El tren se acerca, lo oigo traquetear sobre los hierros. Es el que estoy esperando. O más bien, el que me espera. No quiero subir, tengo miedo de lo que hay dentro, del destino al que se dirige, pero cuando se detiene ante mí y la puerta de su único vagón se abre, mi mano ase con fuerza la barandilla y me obligo a subir los escalones, uno a uno. He de hacerlo, no hay escapatoria.
En el interior todos los asientos están ocupados por mí, excepto uno: el mío. Un vagón al completo con todos los Etinarcadias que viven dentro de Etinarcadia. Me miro uno a uno, rostros distintos pero con las mismas facciones, mis facciones, que clavan en mí sus ojos y proyectan en mi alma todas las tormentas que los sacuden y los llevan a la deriva a ellos.
En el último asiento pegado a la ventanilla, se acurruca el miedoso. Siento su rabia, la tristeza que le ahoga, ese ligero temblor interior que no le permite relajarse nunca, la mirada perdida en algún lugar más perdido aún de su mente. Lo miro y me veo, y me remuevo inquieto, desasosegado, en mi asiento.
Aparto la vista de él rápidamente, aunque siento la suya clavada en mí, y la dirijo hacia otro lado. Allí está el misionero, el soldado, el guerrillero, el revolucionario que quiso salvar al mundo y no hizo nada. Otra vez la mente me mantiene lejos pero inmóvil.
Continúo buscando un rostro más amable, pero ahí está el sumiso que a todo dice que sí, sin ni siquiera pensar en él mismo. A su lado, el cobarde que se oculta en una falsa bondad o tal vez no tan falsa. No, no es tan falsa, ambos lo sabemos, pero le gusta castigarse, castigarme.
Ahora me veo de pie, rabioso, con los ojos enrojecidos y lleno de ira. Otra mirada y nace una sonrisa forzada, de metal, teatral y fría.
Por fin un grupo alegre riendo de verdad, música, lápiz y papel, vino... Me miran y se desvanecen en el aire. Los llamo desesperado, pero apenas se materializan de nuevo unos segundos para volver a fijar sus ojos en mí y desaparecer de nuevo.
Ninguno de esos Etinarcadias separa su vista de mí, algunos me amenazan, otros me sonríen. Un mar de gestos, miradas, sentimientos, pensamientos, blancos y negros. Y entre todo ello, yo. Qué complicado analizar este ir y venir vertiginoso, qué difícil mirarme a mí mismo y a la vez que fácil reconocerme en todos ellos.
"Esto no lo quiero, esto sí, esto no, esto sí......"
Pero ¿qué me está pasando? ¿Acaso no soy todo lo que estoy viendo? El pánico me invade repentinamente, me doy cuenta de que este tren me está quitando la vida, casi todo en él es tristeza y dolor. Yo no soy así. Que alguien me ayude, quiero escapar de esta mentira de mí mismo. Estoy solo con todos ellos y el tren sigue su camino, sin paradas, sin apeaderos, acelerando la velocidad con destino a ninguna parte.
ETINARCADIA