
Ese hombre que vomita encogido en un rincón,
arrancando de sus entrañas entre fuertes convulsiones
restos ensangrentados de rabia y miedo,
empapado el corazón en vinagre y sal,
sajado hasta lo más hondo por heridas que arden
en las que danzan burbujas de sangre al ritmo del dolor...
Ese hombre que apoya sus manos
en las sobras del esfuerzo,
se levanta y camina...
Ese hombre se refugia en lo sagrado,
espacios vacíos de palabra, incienso en el aire,
sus ojos siempre empañados, como el cristal.
Al nacer, ya anidaba la tristeza en la oscuridad de sus vísceras.
Desde la cuna, prematuro anhelo de un lugar que jamás llegó a ocupar.
Después, juegos en soledad, más viva que cuantos le rodeaban,
amigos que nunca estuvieron, tabaco sin compartir,
mar de estrellas como verano,
temprana nostalgia de lo que no se ha conocido nunca,
pero que se presiente que está ahí...
Vida a través de cristal borroso, distorsionada,
como la contemplan turbios ojos de borracho, confusa,
vista en espejos de agua, vida nunca saciada.
Poeta enamorado, enfermo terminal...
Ese hombre cansado, viejo, débil,
ese hombre que no vivió,
hoy se aleja despacio para perderse
por estrechas callejuelas de desmemoria.
Es ya imagen que enmohece lentamente.
Ese hombre... una vez fui yo.
Otro camina ahora , aún paso vacilante,
aún sombra incierta pero con la mirada cargada de horizontes,
por la calle de las quimeras.
Ese hombre ... ahora soy yo.

ETINARCADIA