viernes, 30 de octubre de 2009

LA PROFUNDA DEVOCIÓN DE VERÓNICA


La profunda devoción de la Verónica de “La profunda devoción de Verónica”, la fotografía de Saudek que encabeza este post, no tiene nada de religiosa. Es una devoción profunda, sí, pero carnal, intensamente carnal, el lado ambiguo del amor, del deseo, rayano incluso en las fantasías más oscuras, en ese aspecto quizás perverso y transgresor que es la sumisión.

El brazo masculino moreno, musculado y nervudo que desciende por el ángulo superior derecho de la imagen no puede menos que recordar al de Dios en “La creación de Adán”, una de las escenas del Génesis pintada por Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina. En ella, el Padre extiende un dedo hacia su criatura para insuflarle vida, el más bello acto de amor que puede concebirse. Sirve de eje a la composición la línea horizontal, sobre la que reposan las manos que se acercan, una para dar la vida, la otra para recibirla, las manos de dos seres que a pesar de sus tan diferentes condiciones, humana el uno, divina el otro, se encuentran en este momento tan trascendental en un mismo plano figurativo, como una metáfora del versículo 26 del Génesis I: Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza …


Sin embargo, es la línea diagonal la que vertebra la composición de Saudek, una diagonal perfecta formada por la figura de la mujer , frágil, delicada, entregada, y la del brazo masculino, fuerte, nervudo, urgiendo la entrega, diagonal que sitúa a ambos personajes en distintos niveles : él en un plano superior, ella inferior, recortados contra ese fondo de pared descascarillada y mohosa de sótano húmedo, ruinoso y comido de miseria que fue durante años tan protagonista o más de la obra de Saudek que sus mismos personajes. No es un acto de amor desinteresado y generoso el que se desarrolla ante nuestros ojos, como el que pintara Miguel Ángel, aquí no se extiende un dedo para insuflar vida, sino la mano para exigirla y arrancarla en el momento de ser besada. El brazo cae como un rayo que, siendo oscuro, paradójicamente ilumina el rostro de Verónica, transportado por un arrobo casi místico, los ojos cerrados, como cerrando asimismo con sus párpados cualquier posible ventana al mundo por donde pudiera escapar algo de sí misma. Parece concentrar cuanto es y cuanto siente, y expelerlo por su boca dejándolo salir en el aliento que acompaña al beso, depositando sumisamente no solo su vida, sino también su alma en la piel del hombre hecho dios.

El estatismo del rostro femenino casi sumido en el éxtasis contrasta con el dinamismo agazapado en un cuerpo erguido, tensionado, apenas aposentado sobre el filo de la banqueta. Dispuesto, como sugiere la posición de las manos sobre sus muslos, a saltar de ella a la menor indicación del dueño de la mano que besa. No acaba aquí la poética del contraste que acentúa el contenido emocional de la fotografía. Si la desnudez intenta despojar al hombre de su continua vergüenza , librarlo del obstáculo moral para permitir que aflore su humanidad desnuda y descalza, es precisamente ese delgado vestido, cursi y hasta kitsch como casi todo Saudek, el que resalta a través de sus transparencias la sensualidad y el erotismo del cuerpo que trasluce, su mansa, suave y casi virginal femineidad, subrayada por el moño bajo en que la mujer recoge su larga cabellera. Ese vestido no cubre nada, lo muestra todo, pero envuelve como papel celeste de celofán el regalo que Verónica hace de sí misma, de su alma exhalada en el éxtasis del beso a la mano masculina, de su sexo velado por gasas que no disfrazan su “olor a muerte” sino que la prometen, esa muerte en que uno muere cada vez que se entrega carnalmente a otro.

Este trabajo de Saudek quizás sea la excepción que confirma la regla que el escritor y semiólogo Roland Barthes aplicaba a la fotografía, de la que afirmaba que al consistir en un conjunto desordenado de signos no codificados , creaba un problema semiótico: una especie de “crisis comunicativa”. “La profunda devoción de Verónica” bordea y trasciende esa dificultad para mostrar sin ningún tipo de interferencia comunicativa una sexualidad descarnada, potente , simbolizada en una posición de poder junto a otra de sumisión, una sexualidad gruesa, de sal gorda refinada en una imagen de aparente delicadeza, gracilidad y casi candor , sin recurrir esta vez a un erotismo de reminiscencias medievales un tanto vulgares, groseras, como en otras ocasiones hace este fotógrafo.

jueves, 29 de octubre de 2009

Y SIN EMBARGO, ESPERANZA



Se hilvanan las últimas sombras nocturnas

con las que anteceden al alba,

y un día sucede sin apenas frontera a otro día,

en un continuo implacable donde

se amasijan, informes, la noche y la madrugada,

la jornada de ayer, la de hoy y la de mañana,

que desvivo a empujones de autómata inercia,

de tenaz apatía...

El ruido de las máquinas de mi fábrica se confunde

en infernal y oscura mezcolanza

con el del reloj que ejecuta las horas, los meses, los años,

con el sonido del corazón, que ejecuta mi vida...

Hasta mi prisión de plazos, facturas,

de cansancio infinito que nunca se acaba,

llega el vago olor de la apenas vida que me alcanza,

el eco lejano de las risas de mis hijos,

los recuerdos de lo que no he vivido...

En la sala de espera, los libros que quiero leer,

los poemas que mi mente sólo alcanzó a pergeñar,

la tarde de miércoles de cine y palomitas,

ese viaje que siempre dejo para mejor ocasión...

Lo único cierto, el crujir de mis días arrugados y tirados

a la papelera, como periódicos viejos.

Seis de la mañana. Como Lázaro, levántate y anda...

Pero siempre... siempre, resiste la esperanza.

sábado, 17 de octubre de 2009

NUBLADOS





Hoy el cielo está nublado, y sí, otra vez suenan LOS DELTONOS, más en mi estómago que en el aire que me envuelve. Este blues sabe a humo profano y alcohol, a ese humo y ese alcohol que me prohíben los médicos, pero de los que, rebelde, la música me llena los pulmones y el hígado. Le doy la vuelta al disco y allí están otra vez: la rabia y la impotencia de una persona que se cree igual, pero que se sabe diferente cuando sus ojos se clavan en el cielo y se quedan a solas la larga noche y él.


Por eso no voy a escribir hermosas palabras, palabras doradas, no añadiré más polvos y afeites a la publicidad, a los des-informativos y todo aquello con que se maquilla hasta la náusea la realidad, esa ramera... Se acabó, no creo que baste con sonrisas, apretones de mano, besos y abrazos, virtuales o no, ya es hora de gritar que no somos imbéciles. ¿O me equivoco....? No sé... Para ser sincero, lo que me piden ahora mismo el blues, los pulmones y el hígado son masturbaciones esotéricas, que mi Kundalini no consigue transmutar en esencia de vida. Creo que últimamente se me va la cabeza y casi que me gusta...


Y blues, estómago e hígado me piden pasear despacito por Quimera... Me gusta hacerlo, la amo como amo a Dios, o a Avalon, como amo la Taberna del Irlandés, todo lo que conforma esta Calle, como amo tomar una copa o más con mis compañeros de mesa y barra. De todos ellos, solo el pirata tuerto me mirará mal, con ese ojo que no tiene. Me gusta esta Calle porque no es solo mía, es de todos los que la transitan, porque está llena de palabras que me acompañan en mis noches de luna llena, y sin palabras no somos nada. Y si me dejaran pedir un deseo, lo tengo claro........ cuando se jubile el Irlandés, que me traspase la taberna.


Nos vemos, pues, siempre que os apetezca gritar al viento. Brindaremos con buen vino, ese que trae Antifaz, y cuando suene la música soñaremos juntos en un despertar lleno de sueños. SALUD¡¡¡¡¡¡¡¡¡