sábado, 30 de mayo de 2009

ANTONIO



Si de mi playa tú eres el faro
Dónde voy sin ti…
Si de tus brazos yo me separo
Qué va a ser de mí

Que te quiero, sí, que me muero yo
Que no puedo vivir sin tu amor


Cuando Lola Flores cantaba esta copla estaba lejos de imaginar hasta qué punto era premonitoria su letra. Hoy hace 14 años que murió Antonio, su hijo, 14 días después de la Faraona, a la misma hora. No quieren ser estas líneas un homenaje a Antonio Flores, no. Los homenajes, como el amor, se dan en vida, después de poco sirven, y más si van dirigidos a alguien a quien solo se le reconoce después de muerto lo que se le negó cuando estaba vivo. Tampoco intentan ser el retrato de una víctima de las circunstancias en cuyas coordenadas nació y se movió. Ya lo dijo él: “Cada uno es dueño de su vida, cada uno es su Dios y su demonio, y eso es la Biblia”. Y él fue eso que dijo.

Estas líneas son nuestro recuerdo a un hombre que se buscó a sí mismo entre la inextricable maraña que formaron sus apellidos, la fama que con ellos le vino impuesta y la rentabilidad que otros querían sacarles, su raza, los ambientes inarmonizables en que se desenvolvió su vida incluido el de la marginalidad, los distintos palos del arte en que incursionó y la necesidad de identificarse con alguno de ellos y autoafirmarse como artista y como hombre…

Una sobredosis de droga, fortuita o no, terminó con esa búsqueda incansable en la que se dejó mucha piel, mucho sufrimiento e ilusiones: la búsqueda de Antonio, que no de Antonio Flores. A ése ya lo conocía… Tuvo que morir para que se le considerase un artista malogrado, pero él, que se había estado moviendo entre el aplauso y el fracaso, la incomprensión y el triunfo, se había perdido ya para siempre en el laberinto de su soledad, preso de un desvalimiento casi ontológico. “Conocemos a cantidad de gente, pero amigos... solo la familia y 4 ó 5”, decía.

Sensible, frágil, de espíritu atormentado, generoso, rebelde, tierno, impetuoso, creativo, amigo de sus amigos, a quienes lo daba todo, y siempre muy pendiente de quienes tenía alrededor, ni el cariño de su familia, al que correspondía con pasión, ni el estar rodeado de gente consiguieron nunca sacarlo de una clausura anímica endémica en él, ni ubicarlo en ningún lugar del mundo.

“Desde que salí de la vagina de mi madre ya me hicieron una foto. Fui famoso sin quererlo. Ahí va el niño de Lola Flores.”, contaba... Decía que no le importaba. Era gitano y se sentía gitano, desde muy pequeño. Nada más entrar por las puertas se sacaba su ropa de niño “bien” hasta quedar en calzoncillos, y se iba a jugar como el salvaje que él mismo decía que era al jardín de la casa de niño rico y payo en que vivía, "el Lerele". No había reglas para comer - solo se le exigía que comiera, aunque fuera con la manos - ni para nada, únicamente se le reñía cuando hacía algo que pudiera comportarle un peligro físico. Fue mal estudiante, incluso expulsado del Liceo angloespañol madrileño, pero es que no había allí nada que le interesase aprender. En su casa sí… Había una madre a la que solo veía cada 5 ó 6 meses, pero que lo llenaba de regalos, de amor, y que le enseñaba a amar a la familia, que en las fiestas que allí se daban le permitía bailar, cantar y tocar la guitarra y la batería con solo 10 años.

A los 18 ya tiene publicado el primer LP y le llega el primer éxito: su versión rockera del “Pongamos que hablo de Madrid”, de Joaquín Sabina. Debuta formalmente en el cine con “Colegas”, de Eloy Iglesias, tras la cual vendrán otras películas, series… Dibuja cómics, esculpe, compone música, aprende a tocar varios instrumentos… “De oído”. Se sabe artista y su vida entera será un intento de demostrarlo, de hacerse un hueco propio en el mundo de la música.

Todo había rodado demasiado rápido, demasiado, amaba la vida y tenía prisa por saber lo que había tras cada recodo de ella, sin importarle lo que quedase en el camino. Tras el servicio militar se dedica a vivir la noche y comienzan los problemas con la droga, y como consecuencia de ellos las dificultades en su carrera artística, se acrecienta la fama de “maldito” que se había granjeado en las discográficas por su empeño de mostrar su talento al margen de los apellidos con que había nacido, en ser solo Antonio, el Antonio que buscaba, y no Antonio Flores, el que vendía.

Y también llegó el calvario para toda la familia, que lo arropó con verdadera dedicación. Lola Flores gastó fortunas intentando sacarlo de ese infierno, pero ella sabía que solo saldría a base de cariño, de diálogo, sin riñas, sin escenas ni aspavientos… Lola fue una gran artista, pero mejor madre aún. Su relación con los tres fue muy intensa, siempre supo dar a cada uno lo que necesitaba, sobre todo a Antonio, el más desvalido anímicamente. Con él pasaba horas, incluso hasta bien alta la madrugada, hablando de la vida, de religión, del universo, de las estrellas… De aquel firmamento que fascinaba a su hijo, en el que quizás buscaba la ubicación que no terminaba de encontrar en suelo firme. Esas conversaciones se multiplicaron cuando Lola supo el problema que tenía su Antonio, mandó instalar en el jardín de “El Lerele” una casita prefabricada de madera para tenerlo cerca… Y su amor, tacto y paciencia consiguieron arrebatárselo a la droga.

La relación entre ambos fue siempre muy fuerte, rayana casi en el complejo de Edipo. Para Antonio nadie era como Lola, tan buena, tan guapa, tan comprensiva, tan protectora… Su sentimiento de orfandad cuando muere la Faraona es inconsolable. Había perdido el faro de su playa. La mano enyesada que mostraba en el último concierto que dio, cuatro días antes de la sobredosis de estupefacientes y alcohol que lo reunió con ella definitivamente, dicen que fue de un puñetazo que dio tras verla muerta. También dicen que estaba mal, muy cansado, muy deprimido, al borde del abismo. Se metió en la casita de madera y pasó días allí encerrado, no comía, no dormía, las horas se le consumían en componer, componer sin cesar intentando escribir una canción para su madre, su musa, la que lo amó sin condiciones.

El 30 de mayo tenía que ensayar en el estudio. Su manager y sus amigos aseguran que a pesar de hallarse literalmente roto tenía muchas ganas de vivir, de trabajar y salir adelante. Pero no llegó al estudio de grabación. Sus músicos no pudieron ya hacer más que acompañarlo al cementerio junto a su padre y sus hermanas, que, como protagonistas de una tragedia lorquiana, solo 14 días después de enterrar a su madre de nuevo vestían de negro para acompañar otro féretro. No hubo en su sepelio llantos, ni gritos, ni lamentos, solo silencio, un denso silencio.

Mayo es un buen mes para morir, aunque no lo parezca. Y se muere de muchas maneras… Quedémonos en abril, cuando aún estábamos vivos.



domingo, 24 de mayo de 2009

TRES MIRADAS. A BENEDETTI




Primera mirada: Malena


Segunda mirada: Elsa


HAPPY BIRTHDAY


¿Cómo será el mundo cuando no pueda yo mirarlo
ni escucharlo ni tocarlo ni olerlo ni gustarlo?
¿cómo serán los demás sin este servidor?
¿o existirán tal como yo existo
sin los demás que se me fueron?
sin embargo ¿por qué algunos de éstos son una foto en sepia
y otros una nobe en los ojos
y otros la mano de mi brazo?
¿cómo seremos todos sin nosotros?
¿qué color qué ruidos qué piel suave qué sabor qué aroma
tendrá el ben(mal)dito mundo?
¿qué sentido tendrá llegar a ser protagonista del silencio?
¿vanguardia del olvido?
¿qué será del amor y el sol de las once
y el crepúsculo triste sin causa valedera?
¿o acaso estas preguntas son las mismas
cada vez que alguien llega a los sesenta?
Ya sabemos cómo es sin las respuestas mas
¿cómo será el mundo sin preguntas?

Mario Benedetti


¿Cómo será el mundo cuando no pueda yo mirarlo…? Dejo la vista vagar a través de la ventana. El aire que entra por los cristales y se detiene en mi rostro, en mis brazos, mueve apenas las hojas del limonero. Ya era viejo cuando mi abuela compró esta casa, pero está cargado de frutos, como cada año.

El incesante ronroneo de los motores de coches que no dejan de pasar por la antigua carretera comarcal hace de contrapunto al trino incesante y aturdidor de pájaros desocupados que vuelan de rama en rama, y al de las golondrinas que han llegado esta primavera para hacer sus nidos en el porche.

En la ventana del caserón que linda con éste hay un hombre asomado. Es el tercer dueño que le conozco a esa finca. En las ventanas de cualquier casa siempre hay alguien asomado…
Por la vereda de enfrente, cogidas del brazo y charlando animadas, se acercan sin prisas pero a paso contento mis vecinas de al lado, Lola, viuda desde hace un par de años, Josita y Marta, abuela, madre e hija respectivamente. Tres generaciones de mujeres. La menos habladora es Marta, a ratos como ausente, pero con una sonrisa entallada en los labios casi todo el tiempo. He oído decir que anda enamorada, con novio. Seguramente no tardarán en ser cuatro las que avancen por la vereda.

Esquinado con el marco de la ventana hay un escritorio sobre cuya tapa se apiñan fotos familiares, una de ellas la última que se le hizo a mi abuela. Era aún muy guapa a sus 84 años, y tan risueña como se muestra ahí. Este mes habría cumplido los 110… La miro de reojo, o me mira ella de frente, no sé, y la veo sentada ante la mesa que hay bajo el ventanal, jugando a solitarios con naipes y haciéndose trampas, deteniéndose a ratos para dejar vagar la vista a través de las cristaleras, saludando con la mano a quienes pasaban por la vereda, fijándose en quién se asomaba a la ventana de la casa de enfrente. Porque en las ventanas de cualquier casa siempre hay alguien asomado… Le gustaban los pájaros, y dejaba miguitas de magdalena en el alféizar para que acudieran a picotear. A veces se colaba alguno en el interior de la casa por entre los cristales abiertos, junto con el ruido de los coches que circulaban por la comarcal. En aquella época eran pocos, pero las carreteras nunca están vacías. La recuerdo arrancando limones, hasta dejar las ramas casi peladas, y haciendo limonada para la turba de nietos que allí nos reuníamos. Cuando estaba lista acudíamos en tropel. Como los pájaros… Como esos que no eran los que tengo ahora enfrente de mí. Tampoco los coches que circulaban por la comarcal son los mismos, ni siquiera los que veo día tras día pasar, sin dejar tras de sí más que ruido de motor y estela de humos. Pero las carreteras nunca están vacías. Ni el limonero deja de estar cargado de frutos, año tras año.

¿Cómo será el mundo cuando no pueda yo mirarlo…?
Ya sabemos cómo es sin las respuestas mas
¿cómo será el mundo sin preguntas?

Sí que conocemos las respuestas, están detrás de mi ventana, y en unos versos de R. Juarroz:

Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que solo yo me pienso,
y si ahora muriese, nadie, ni yo, me pensaría.
(...)
Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.

No, no hace falta salvar a un hombre para salvar el mundo. Por eso seguramente lo que nos preocupa no es un mundo sin preguntas, sino uno con respuestas.

martes, 19 de mayo de 2009

EL REGRESO

















"Al final no me será posible ir a Sevilla. Me ha surgido un imprevisto". Así más o menos decía el SMS que me había enviado al móvil Etinarcadia tres días antes del "día D".

No me lo podía creer.... Después de semanas planeando lo que habría de ser nuestro primer encuentro... Un rato después, otro SMS. "Era broma, tía cutre. ¿A que te lo habías creído?". El niño es así, le encantan las bromitas.

Pero existe la justicia, sí... Justicia poética fue lo que hizo que cuando llegó por la mañana temprano al aeropuerto, en el mostrador de su compañía de vuelo le dijeran que su nombre no figuraba en la lista de pasajeros. Je.. Y eso sí que no era ninguna bromita. Por fin se pudo aclarar la situación, pero mientras sí y mientras no, los sudores de la muerte lo bañaban enterito. Lo dicho, justicia poética.

Pip..pip..pip... Suena mi móvil según entro en el terminal de Vuelos Nacionales convenientemente peluquereada, arreglada (renunciando a mis sempiternos vaqueros con dolor de mi corazón, pero...) y con tiempo suficiente por si, inocente de mí, el avión llegara a tiempo o incluso con algo de adelanto. Pip..pip..pip.... "El vuelo sale con una hora de retraso", decía el SMS. Eso tampoco era una bromita. Una hora dando vueltas por allí, botas de taconazo que nunca uso y que me mortificaban los pies, hasta que al fin veo aparecer a Etinarcadia por la puerta de desembarque.

Fue curioso.. Hacía año y pico que nos escribíamos, hablábamos por teléfono, nos mandábamos fotos nuestras, de nuestros niños, incluso de nuestro entorno, y esta era la primera vez que íbamos a estar frente a frente. Durante aquella hora y pico de espera me había estado preguntando de nuevo cómo reaccionaríamos en ese momento, si nos pondríamos nerviosos, si de repente casi ni sabríamos de qué hablar... Pero no ocurrió nada de aquello. Nos dimos un fuerte abrazo, un beso y fuimos en busca de un taxi charlando animadamente de los contratiempos del vuelo. Como si nos conociéramos físicamente de toda la vida.


Llegada al hotel, restaurante para reponer fuerzas tras los avatares del viaje y, tras un breve rato de descanso y conversación que nos sirvió para conocernos un poco mejor, sin piedad, comienzo de la ruta turística. Hay muchas cosas que ver en Sevilla, y los tres días de que disponía Etinarcadia pocos como para desperdiciar momentos. Nuestro emblemático barrio de Santa Cruz, antiguo barrio judío lleno de magia y leyenda, fue el punto de partida. Un agradable paseo en que nos perdimos por callejones estrechos, umbríos, flanqueados por casas, unas señoriales y otras no tanto, con hermosos patios típicos en que numerosas plantas y fuentes ofrecen un colorido, sonido y aromas incomparables, callejones y plazas por donde aún resuenan en confusa amalgama los rezos de Santa Teresa, la santa de Ávila, la voz de la insigne actriz dramática María Guerrero ensayando su papel en alguna obra, los pasos presurosos de don Juan Tenorio al encuentro con su amada doña Inés y los de Murillo, camino de su casa.


De allí salimos a la zona de Santa María la Blanca, lugar donde se erige la iglesia del mismo nombre, una de las más bellas iglesias sevillanas. Antigua sinagoga, fue transformada en templo cristiano a finales del s. XIV y remodelada definitivamente a mediados del XVII. En ella me bautizaron. Las iglesias antiguas constituyen una de las pasiones de Etinarcadia, y ahí permanecimos sentados un buen rato, arropados por la exquisita y barroca decoración entre la que destacan las abigarradas yeserías que recubren las bóvedas.

El resto de la tarde estuvimos paseando por el dédalo de las callecitas con más solera del casco histórico de la ciudad, tampoco demasiado tiempo. Ambos estábamos cansados después de toda la semana de trabajo, y ese viernes había sido un día de muchas emociones, así que nos fuimos de recogida pronto.

El sábado fue un día que no olvidaremos ninguno de los dos. Lo recogí temprano en el hotel, pues la agenda del día era apretadita. No tenía muy buena cara, cosa que achaqué al cansancio del día anterior, pero no...

-No encuentro las pastillas, las debí de perder ayer en el aeropuerto.

En aquella época necesitaba medicación para esos nervios que se lo comen vivo, y llevaba todo el viernes sin tomarla. El problema era que necesitaba receta para poder comprarlas, y a ver dónde encontrábamos un médico en sábado.


Pensando que con las visitas turísticas quizás se entretuviese lo bastante como para poder prescindir de las pastillas, nos dirigimos al centro de la ciudad. Etinarcadia siente especial debilidad por las catedrales, y la de Sevilla es espléndida, la más grande de España y la tercera del mundo en tamaño, así que en sus muros fuimos a recalar. Yo le explicaba la historia de cada parte de la seo, de distintos estilos artísticos, las diferentes puertas de acceso... Mientras, lo miraba de reojillo. Aquella cara no se recomponía... Iba de mal en peor, como los pollos del antiguo Simago.

-Mira los pináculos. Eran la expresión de la espiritualidad de la época, del intento de acercamiento a Dios...

En vista de tan pertinaz silencio yo seguía hablándole sobre la finalidad del arte gótico, pensando que estaba muy interesado en lo que le contaba, pero me mortificaba un poco que no mirase hacia arriba para contemplar aquellos elementos arquitectónicos de exquisita belleza.

Hasta que por fin habló...

- Si yo ya sé todo lo que me estás contando sobre el Gótico, es que no puedo mirar para arriba. Tengo los mareos de la muerte.

Fue de esos momentos en que deseas con toda tu alma que la tierra te trague, y por pura casualidad te encuentras en el casi único sitio de toda la ciudad donde no hay ni un mal hoyito ni socavón que llevarte a los pies. Qué malita cara tenía el xiquet... Nos sentamos en la terraza de una cafetería a tomar algo, a ver si se le pasaba. Pero en vista de que no, dejamos la ruta turística e iniciamos un tour farmacéutico, con la vana esperanza de que en alguna botica nos dispensaran sin receta aquel medicamento. Tuvimos la inmensa suerte de que en la primera que encontramos, cuando Etinarcadia expuso el problema, se apiadaron y la chica que nos atendió nos vendió la cajita mágica. Le dimos las gracias creo que en veinte idiomas... Y mi amigo se tomó la pastillita. Poco a poco aquella cara empezó a tomar color de piel humana. El de antes, carece de adjetivo en nuestra lengua que lo denomine.

Estuvimos paseando hasta la hora de comer, pues no estaba muy centrado para entrar en la Catedral y otros monumentos y apreciarlos debidamente, y tras reponer fuerzas en una de las típicas tasquitas de la zona encaminamos nuestros pasos hacia el museo de Bellas Artes. Yo tenía la seguridad de que nuestra pinacoteca, la segunda en importancia después del Prado y de la que como sevillana me siento orgullosa, contribuiría a calmar los ánimos de mi amigo, que, a pesar de haberse tomado la pastillita, no estaban muy bien. Le encanta la pintura... El primer contratiempo fue que las salas de Velázquez se hallaban cerradas al público esos días. Bueno, qué remedio. Ahí estaban para epatar Zurbarán, Murillo.... Ya lo creo que epataron. Hicimos un recorrido por varias salas antes de llegar a Murillo. Siento particular debilidad por todo lo Barroco, así que me entretuve en disertar sobre el Tenebrismo ante cuadros de Zurbarán y Ribera y después su influencia en los juegos de contraluces de parte de la producción de Murillo. Ensimismada en ello, apenas miraba a Etinarcadia. Hasta que de nuevo empiezo a verle ese color que no tiene nombre en la cara.

-Vámonos, me estoy poniendo malo con el ... (aquí, taco) Murillo este, los tenebristas y la madre que los trajo a todos.

Salimos del Museo lo más rápidamente posible. Etinarcadia dice muchos tacos, pero es una persona de una sensibilidad extrema; a lo ya visto de los pintores tenebristas se le sumaban los
ingrávidos abismos en que se le convertían los fondos desvaídos, tan fundamentales para las perspectivas, de algunos cuadros del pintor sevillano. Era como sumirse en ellos, y se alteró. Hasta tal punto que le sudaban las manos. Así que, de nuevo, a una cafetería.

Estuvimos charlando un buen rato sobre la impresión que le habían producido aquellos cuadros, del arte de los Siglos de Oro, y terminamos sacando a la palestra al Quijote. Si hay una obra con la que yo me entusiasme y apasione es con esa... Empecé y ya no fui capaz de parar. Y como él escuchaba sin protestar lo más mínimo y hasta me hacía preguntas y todo, pues yo seguía. Más adelante me diría que había disfrutado mucho con aquella charla. Pobrecito, qué bueno es....


Cuando se sintió mejor abandonamos la cafetería y ya pasamos el resto de la tarde deambulando por las calles del centro, curioseando en tiendas de discos, libros... Pero estaba escrito que esa tranquilidad no había de durarle mucho. Mientras caminábamos por la Plaza del Duque charloteando sin parar, fui a meter el tacón finísimo de una de mis botas en el único sitio en que había una losetita rota. Y fui a dar todo lo larga (o mejor dicho, corta) que soy en el suelo sin que mi pobre acompañante pudiera hacer nada por evitarlo. Asustado, me ayudó a levantarme, preguntando sin cesar y con el rostro lívido si estaba bien. Lo único que había sufrido era una de mis medias, que tuve que tirar al llegar a casa, y mi reloj, que siguió la misma suerte. Por lo demás me encontraba perfectamente, ni un rasguñito ni el más mínimo dolor. Eso sí, el ataque de risa no lo pude evitar por lo ridículo de la caída y sobre todo por la expresión agobiada de Etinarcadia, que estaba visto que no ganaba para sustos aquel día.


El domingo apareció ligeramente nublado, pero pronto salió el sol y aprovechamos para dar una caminata por el parque de María Luisa a fin de poder admirar, entre otras de las numerosas bellezas que contiene ese recinto, la famosa Plaza de España, un semicírculo en cuyas paredes están representadas todas las provincias españolas mediante mapas y mosaicos hechos en artísticos azulejos de Triana alusivos a hechos históricos y con el escudo de cada capital de provincia. A Etinarcadia le faltó tiempo para dirigirse al de Valencia, que él es "che" de corazón y ejerce de ello.


De allí nos encaminamos a buen paso a la parte de la zona centro que aún no habíamos visto, y después a comer a la terracita de un restaurante cercano a la catedral, cuyo interior pensábamos visitar tras el almuerzo. Las nubes de primera hora de la mañana aparecían de nuevo amenazadoramente densas y grises en el horizonte, y soplaba un vientecillo airado que no presagiaba nada bueno. Y nosotros sin paraguas... Para colmo, aparece en escena una mujeruca, la mínima expresión de una persona, desaliñada y con una ajada guitarra de niños en las manos. Comenzó a "cantar" en el colmo de desafine algo que no fuimos capaces de identificar, a la vez que arrancaba sonidos discordantes de aquel instrumento que obviamente no sabía tocar. La cara de Etinarcadia era un poema.... Nunca olvidaré la mezcla de asombro e incredulidad en su expresión mientras miraba a aquella mujer. Por suerte aquel "concierto" tuvo lugar cuando ya finalizábamos la comida. Si no, estoy cierta de que a mi acompañante no le pasa bocado.

No voy a caer en el chiste fácil de decir que los graznidos de aquella mujer terminaron por desatar la furia de los cielos, pero lo cierto es que una vez que le dimos algún euro y que pagamos la cuenta del restaurante empezó a llover como si nunca hubiese llovido, y como si no fuera a dejar de hacerlo. Tuvimos que refugiarnos durante un buen rato en el interior del local, hasta que el agua se aplacó como para poder salir de allí e ir a comprar un paraguas a una de las tiendecitas de souvenirs que abundan por los alrededores.


Nos encaminamos hacia la Catedral, segura de que la visita a las 5 naves y las capillas con que cuenta, la grandiosidad y riqueza arquitectónica de aquellos interiores, satisfaría las expectativas de mi amigo. Tuvimos que guardar una cola respetable para poder entrar, bajo una lluvia intensa de la que el paraguas no nos protegía demasiado. Pero lo que nos esperaba en el interior merecía la pena. Cuando al fin nos tocó el turno empezamos a deambular por una de las naves... hasta que nos encontramos con unas vallas que nos impedían pasar al resto de ellas. Solo se permitía aquel día visitar una de las cinco naves. Tanto esperar para al final no poder ver casi nada...

Salimos un poco desencantados de la Catedral, y, bajo una lluvia ya tímida pero de la que nos apetecía guarecernos, nos dirigimos a una cafetería. Domingo tarde, hora de partidos de fútbol, camarero "total" con su transistorcillo por allí escondido, bajo la barra, para no perder detalle de la jornada futbolística... Qué se le fue a poner por delante a Etinarcadia... Entre lo que le gusta el deporte rey y que no tiene el menor empacho para empalmar la hebra con desconocidos, en un rato se había hecho amigo del alma del camarero. Qué rato me dieron de goles, jugadas y resultados...

El lunes era nuestro último día juntos; a media tarde partía su avión, así que nos quedamos toda la mañana sentados charlando en uno de los confortables salones del hotel. La verdad es que estábamos cansados de las caminatas de los días anteriores, y nuestros cuerpos agradecieron el descanso. Y mis pies, mortificados por los taconazos, también... Incluso a la hora de comer decidimos quedarnos en el mismo restaurante del hotel por no tener que andar buscando un sitio donde hacerlo. Tuvimos hasta suerte, porque ese día éramos los únicos clientes y dispusimos para nosotros solos del comedor y del camarero, que nos atendió con todo el esmero del mundo, y con el que nos estuvimos contando mutuamente media vida. Música ambiental, todo un comedor para nosotros, atentísimo servicio en exclusiva ... Una escena propia de películas.

Después, recogida de equipaje, taxi y aeropuerto. Tuvo su puntito de tristeza esa despedida, era inevitable. Habíamos hablado mucho, habíamos hecho muchas cosas, pero tres días era poco tiempo para ponernos al corriente, sin los habituales inconvenientes del teléfono y de los horarios de trabajo y demás obligaciones, de todos los años que habíamos estado sin conocernos. Nos quedó mucho por hablar, mucho por hacer de cuantos planes habíamos forjado en las semanas anteriores, mucho por terminar de conocernos con esa tranquilidad que da tener las horas por delante a nuestra total disposición. Pero ya tenemos el "rodaje" hecho. Pronto nos volveremos a ver, ya lo tenemos previsto, y esta vez seguramente podremos concluir todo cuanto nos quedó pendiente. Quizás antes de que vuelvan a florecer los azahares, nuestras flores, las de Valencia y Sevilla.


viernes, 8 de mayo de 2009

VERDADES





Cuando uno escribe con el estómago y con el corazón cansado, ni le apetece ni puede, mi querida Avalon, garabatear de alegrías el papel en blanco. Es más fácil que caiga en él una boñiga de barro que trata de apartar el limpiaparabrisas de algún coche que circula por cualquier calle de Lima. El Amor es grande, pero te aseguro que la angustia y el dolor también tienen su techo, su cielo, un cielo azul roto, pero azul a pesar de todo.

Escribir está muy bien, pero no siempre lleva implícito el acto de comunicar. Tal vez sea por eso que a la mierda me gusta llamarla sencillamente mierda, y librarme de adornos y metáforas que ocultan el verdadero mensaje, que entorpecen y a veces hasta distorsionan la verdadera comunicación. Que está muy bien lo de cantar las glorias del viento, pero sin olvidar que en algunas ocasiones ese viento mata. Y porque el viento mata, y toco techo azul roto y no quiero escribir sino comunicar, últimamente mis palabras podrían parecer negras, agresivas e incluso insultantes. Por eso no escribo. Siempre estaría ese ángel literario que eres tú para darme un tirón de orejas que yo tendría que aceptar porque te quiero. Pero ahora no, no valen tirones de orejas, de mis calles se han adueñado ratas hambrientas, príncipes con la AK-47 lista para disparar, y los únicos poetas que circulan por ellas son los que han dejado de beber. No tengo metáforas para eso.

El papel que parecía blanco si lo miras bien es amarillento en realidad, y a mí casi me gusta más, pues la sangre que se desliza por su superficie, sin miedo al resplandor de la blancura, escribe sola sobre ella, sin que yo tenga que usar mi mano.

Es mi visión, que no la tuya, ya lo sé.

ETINARCADIA