martes, 25 de noviembre de 2008

ENTRE LA NOCHE Y LA NADA



Algo murmuran las olas mansamente a la orilla,
y mece las palmeras el silencio negro
de la noche dormida, que exhala un vago olor a soledad.
Bañada en luna, sola sobre la arena, te pienso,
pienso tu mirada azul, las margaritas que me regalaste,
el calor de la amistad que me prestaste y que ahora reclamas,
pidiéndome que tienda un manto de olvido
sobre tu pálida ausencia.
Tengo tus recuerdos- recuerdos en carne viva -
en las manos, y he de tirarlos, querrías, como piedras al mar...
¿Cómo hacerlo sin desaparecer con ellos
entre la espuma escarchada de las olas ?
Se irán apagando las estrellas una y otra vez,
una luna, desvelada, seguirá a otra,
pero sabe que el vaho del tiempo
continuará dejando escrito tu nombre en los cristales,
mientras yo permanezco sentada en la playa,
bajo las palmeras, vestida de sombras,
fundiéndome con el mar, eternamente estatua.
Entre la noche y la nada, tú...

domingo, 23 de noviembre de 2008

UN AÑO MÁS


Cada año estarán aquí estas rosas de Siria, en tu calle, para que vengas a hablarles y a acariciarlas, con el alma cada vez más serena. Cada mediados de noviembre florecerán para ti en el rinconcito más cálido, te esperan. Huelen a cariño...

AVALON Y ETINARCADIA

lunes, 17 de noviembre de 2008

EN EL ÁNGULO MUERTO. LAPIDO I NOUS


Estoy en el ángulo muerto,
es el sitio perfecto,
nadie me ve .

Estoy fuera de juego,
batiéndome en duelo
lo mismo que ayer,
a solas con mis recuerdos,
los falsos y los verdaderos,
si no me ladraran los perros
creería que sueño,

nadie me ve.

Estoy en ninguna parte,
rozando el desastre,
sin nada que hacer.
Estoy flotando en el aire,
supongo que sabes
que abajo no hay red.

Sentado a la diestra del Padre,
esperando la luna de Cáncer,
o haciendo de la duda un arte
planteándome en serio volver a nacer

nadie me ve

En el angulo muerto
nadie me ve,
por el retrovisor
nadie me ve,
no es el sitio perfecto,
sé que no hay nada que hacer.

Cerraron el limbo y se fueron,
no vieron que yo estaba dentro,
pidiéndole al camarero
los sacramentos y algo de beber.

Nadie me ve

JOSÉ IGNACIO LAPIDO


No estabas solo en el limbo, allí también estaba yo, en otra esquina, en otro ángulo muerto, tan muerto como el tuyo. Ni siquiera tú mismo, que estabas en el otro rincón, me veías... También yo piso en vano, sobre el vacío, sobre el vértigo del duermevela entre sueño y realidad en que floto. También yo estoy fuera de juego, y ya es tarde... Quizás llega un momento en que es tarde para algo, o para todo, pero nunca lo es para comprar recuerdos. Recuerdos de lo que nunca viví. Compro recuerdos, recuerdos de recuerdos que fueran míos...

Recuerdo que mi sombra y yo saltamos el muro mientras los perros ladraban a la luna de Cáncer. Al fin al otro lado... Al fin me ladraban los perros... Y allí estabas tú esperándome, la única que me ve, esperando tranquila, sabiendo de alguna manera que yo terminaría por llegar algún día.

La música que sale del local de copas que hay enfrente, vestida con brillantes galas de jefe de pista de circo, tiende su mano, sonríe e invita a traspasar una puerta que se abre sola lentamente. Humo, murmullos de mil conversaciones y risas apagadas nos reciben. Unos pasos, y casi tropezamos con unos trapecistas fracasados, sin trapecios, que ya solo se columpian sin red sobre la vida. Algo más allá, unos payasos que vendieron su sonrisa intentan ahora, frente a un espejo, pintar una de mentira en sus rostros con lápices de cera roja para poder continuar la función. Ocupan la zona de baile uniformes fascistas, que bailan al ritmo del Ave María de Schubert. En la barra unos droides beben, lágrimas de aceite corriendo por sus rostros, para olvidar que jamás serán humanos. A su lado, humanos beben, lágrimas saladas corriendo por sus rostros, para olvidar que son humanos, y no droides sin corazón .

Un tabernero borracho nos ofrece un licor que dice que aleja el dolor, mientras en su mano derecha empuña un arma que nos apunta a la cabeza. Un mago saca sueños y respuestas de su chistera, los vende a dos euros. Sentado frente a una mesa, esquivando las balas de alcohol, nos hace señas un viejo pirata para que tomemos asiento junto a él. Nos promete un ajado mapa a cambio de una copa de ron, pero nos avisa del peligro que podría acecharnos al seguir su recorrido. Ese mapa conduce fuera del mundo real... Un capitán cojo arrastra una silla, se sienta en nuestra misma mesa y, clavando en nosotros unos ojos ansiosos, nos asegura pasaje en su barco de papel para cruzar los ríos y mares señalados en ese viejo mapa. Nos miramos, sonreímos y pedimos una botella de ron para la mesa.

En la mesa de al lado, la cabra de la legión bebe Bourbon con Etinarcadia. Desde la barra los observa una princesa mora; la mirada lánguida de su eunuco, al lado de ella, va alternativamente de los profundos ojos azules de Etinarcadia a la cabra, sin saber por cuál de los dos decidirse. Y junto al eunuco, un burro blanco mira sin disimulos al boss de Quimera con ojitos de carnero degollado.

Flotan en el ambiente el humo de unas cuantas velas encendidas entre otras apagadas, la tela de banderas en blanco que sueñan en negro, las córneas blancas de negros vestidos de blanco, y el son de guitarras que nadie ve y todos oyen. Un desfile de absurdos y realidades ... Y en una esquina, Lapido cantando poesía, haciéndonos canción a cuantos estamos en el local.

Existe una tierra de nadie en que resulta difícil distinguir los recuerdos propios, los prestados, los sueños y los miedos. Y ese es mi ángulo vivo.



ETINARCADIA (sobre todo él, él...¿eh?) Y AVALON

lunes, 10 de noviembre de 2008

INTERIORES





El día está desapacible; sopla un viento cortante y helador que se clava en la cara como minúsculos cristalillos, y el cielo, enjalbegado en un blanco agrisado, parece confundirse allá en el horizonte con la tierra, tapizada totalmente de una nieve que hoy parece sucia, tan gris como el día. Montañas altísimas nos rodean, sus laderas semejan estar cortadas a pico. Carecen totalmente de vegetación, ¿te has fijado? Resultan incluso amenazantes, elevándose hasta el cielo tan áridas, tan desnudas, tan grises, tan abruptas... Apuntan hacia él como pechos erectos de mujer seca, yerma, desabrida. Los escasos árboles que puntean el terreno en que nos hallamos visten una corteza tan oscura que casi parece negra, y sus ramas, peladas y retorcidas, subrayadas en blanco por la nieve, se contorsionan en formas caprichosas, imposibles. Lo único que rompe este paisaje pintado en gris, casi monocromo, son esos cuervos negros de brillante plumaje que picotean en el suelo y que emiten sus desafinados graznidos intermitentemente.

El sol empieza a asomar tímidamente tras ese jirón que ves en el algodonoso manto blanquigris que cubre el cielo. Pronto éste lucirá un color azul brillante, límpido, precioso, pero gélido, hiriente. El frío se hará más intenso. Algo más allá hay un refugio de montaña muy confortable; ya lo tengo acondicionado para cuando lleguemos. ¿Ves?, está ahí, frente a nosotros. Es esa casita hecha de troncos.

El saloncito es más bien pequeño, y muy cálido; la chimenea está encendida y los troncos chisporrotean y crepitan su conversación, que arropará a la nuestra. Entre esos leños bailotean unas llamas rojas, amarillas; míralas qué alegres... ¿Hueles el humillo?

Frente a la chimenea hay dos sofás pequeños y de asiento más bien duro, como a mí me gustan, tapizados con una alegre cretona inglesa de colores rojizos, ocres, verdes, mostazas, azules... Siempre colores tostados, que recuerdan el ropaje con que el otoño viste los campos. Un sofá frente a otro. Y haciendo U con ellos, frente por frente a la chimenea, un sillón cómodo, no grande, pero sí muy confortable.

Descansando sobre una alfombra no demasiado gruesa, pero cómoda para sentarse sobre ella (me encanta hacerlo en el suelo), hay una mesita de cristal y madera. Pocos muebles, pero sencillos. Uno con muchas estanterías llenas de libros y un hueco para una minicadena, donde suena música suavita, que acunará nuestra conversación.

Es el sitio donde hoy bajaremos la guardia, donde nos sentaremos, a veces en los sofás, uno frente a otro para vernos bien las caras, las mangas remangadas, relajados. En ocasiones será la alfombra la que nos acoja; nos tumbaremos sobre ella a charlar, frente a la chimenea, con las llamas danzando y dibujando caprichosas luces y sombras sobre nuestros rostros.

¿Te apetece un café para calentarnos un poquito? Enseguida lo preparo, siéntate.

Ya casi está.

¿Te gusta el chocolate? Traje bombones de esos pequeños, cuadraditos, para acompañar el café, toma... Mira, el vaho ha plateado las ventanas, y la cafetera nos interrumpe con su resoplar. En su interior, el líquido retinto hierve a borbotones. Lo aparto del fuego con un alarido. ¡Jolín, casi me quemo...! Te sirvo. Me gusta mirarte a los ojos, que mantienes entrecerrados concentrando todos tus sentidos en el aroma que desprende la cafetera. ¡Huele tan bien…! A hogar, a tranquilidad, a confianza, a serenidad. Estiras las mangas de tu holgado jersey y mueves tus dedos para sensibilizarlos. Deja que algo vivo como el café te haga entrar en calor, y olvida la naturaleza muerta de la lana. El chorro vivo, desafiante, salpica anárquico y mancha el mantel mientras lo sirvo. Tiño tu taza hasta que haces un gesto con la mano para que me detenga. Contemplas absorto el magma fluido en ebullición. ¿En qué piensas...? Te llevas el café a la boca, le das un beso fugaz y el sorbo te quema por dentro. Estupidez mía con signo de interrogación: “¿Está caliente?”

“Ven, pruébalo”, me contestas.

A través de la manga de tu jersey sólo sobresalen las falanges de tus dedos, sujetando la taza que acercas a mis labios. Un mechón de mi pelo, caprichoso, quería saciarse en ella. Sí que estaba caliente...

Vente al sofá. He puesto música, temas suavitos de Clapton para que sirvan de telón de fondo a nuestra conversación, pero sin estorbarla. Fuera sopla un viento airado, casi furioso; la nieve cae ahora en copos densos, pesados. Un débil rayo del sol que salió hace un rato pero que ya declina reverbera en ella feblemente, y el frío casi adquiere corporeidad, pero aquí dentro no lo notamos. La salita está tan cálida... Invita a charlar, a liberar el alma de lo que la oprime. Me vas a permitir que apoye la cabeza sobre uno de tus hombros tumbada en el sofá. Ya sabes que soy vaga, y es mi posición favorita. Además, así nuestras miradas no se cruzarán todo el tiempo, y podremos hablar más libremente. ¿Me dejarás que, mientras, mis manos jugueteen con los extremos de tu bufanda? Soy muy nerviosa, lo sabes, y no soporto estar sin hacer nada.

Todo está tan tranquilo... La tarde va declinando lentamente, dejando paso a la noche, la nieve nos rodea, no hay un alma en kilómetros de distancia. Ni casas, ni coches, ni relojes... Las llamas danzan y crepitan alegremente en la chimenea, las piñas que se tuestan entre los leños perfuman el ambiente, la música suena suavemente para nosotros, muy bajito. El combinado de coca cola que acabo de servir calienta nuestra garganta, y el humo del cigarrillo que fumamos despacio, disfrutándolo, nos envuelve trazando con lentitud, voluptuosamente, formas caprichosas, casi sensuales. No cuesta trabajo hablar, todo invita a ello. Las horas transcurren lentas, pero apenas nos percatamos de que los minutos se van deslizando como furtivos entre las sombras. Clapton sigue cantando solo para nosotros. De tu boca van surgiendo casi sin darte cuenta palabras que nunca oíste, que no sabías que existían, pero que estaban dentro de ti y que van dando forma a todo eso que te atormenta hace tanto tiempo, y lo sacan de tu interior. Continúa hablando… Luego, si quieres, bailaremos.


lunes, 3 de noviembre de 2008

CUARTO DE TRASTOS


Siete años son muy pocos para ocupar el trono del mundo, pero así ocurre cuando te sientas en el sillón desvencijado del cuarto de trastos, un sillón de piel verde botella, cuarteada y triste. Un sillón tan grande y tan alto que, a pesar de tener una pata rota que lo hace inclinarse tanto como los muchos años que acumula su viejo esqueleto de madera, hay que realizar verdaderos esfuerzos para poder encaramarse a su asiento, sobre todo cuando tienes un cuerpo pequeño y menudo. Sobre todo cuando esa personilla tiene que ver el mundo a través de los ojos y el corazón de un adulto.

El cuarto de trastos no es la sala oscura de un cine, no existe una pantalla en la que evolucione la vida captada en imágenes y voces, es algo mucho mejor. Es el lugar donde se pueden vivir todas las vidas conocidas a los 7 años. Es el mundo, todo el mundo, el único deseable. Y es posible porque lo construye quien se sienta en su trono roto cuando proyecta su propia cosmovisión onírica en los viejos e inútiles cachivaches que le rodean, y de repente estos toman vida, con la voz y las imágenes fraguados por quien habita ese cuarto. El libro de cuentos cae de las manitas infantiles, y, de pie, sobre el asiento que ya no es asiento sino drakkar vikingo, capitanea la princesa Sigrid de Thule, la eterna novia del capitán Trueno. Y la preciosa botella de cerámica de Curaçao a medio consumir que reposa, junto con otras bebidas espirituosas en el botellero del cuarto de trastos, es ahora una botella de ron. Y el viejo y tuerto pato de peluche despeluchado el loro que la princesa posa sobre su hombro.

El drakkar se encamina al único Edén que nos queda sobre la tierra: a los mares del Sur, limitados en los cuatro puntos cardinales por las paredes del cuarto de trastos. Y toca tierra en una de sus islas, donde la princesa se quedará a vivir hasta que el ángel empuñe su espada flamígera, pasada ya la edad de ser princesa, y la expulse de su paraíso.

Pero sigue habiendo islas en los mares del Sur... Islas como esta:



Y la princesa que ya no tiene edad de serlo se queda a vivir en la música, entre los acordes de las guitarras, en su vientre de madera, con los dedos enredados en sus cuerdas. En los ojos azules del uno, entre sus rizos rubios y ensortijados, y en los oscuros ojos aquilinos del otro, entre los largos cabellos castaños. En la voz desabrida del primero, en la dulcemente endeblita del segundo, a la que ella une la suya, así mismo delgada y dulce. En sus sonrisas y miradas de complicidad.

Pero la vida es como este corte del Concierto de Bangladesh: al igual que en algún que otro instante ocurre con las voces de ambos cantantes, su voz y la del Edén no sincronizan bien. Y al final termina por llegar el ángel de la espada flamígera y arrojar de ojos, cabellos, voz y guitarra a la princesa que ya no lo era.

No importa, hay más islas en los mares del Sur, y tú las vas recorriendo todas, una por una. Solo que cada vez van quedando menos por habitar, y llega un momento en que ya no se espera la llegada del ángel que te expulsará de ella, se va una sola de la isla. Hasta que no quedan más...

Y mientras, la vida y su condena, el pecado y la penitencia siguen transcurriendo fuera del cuarto de trastos, que a veces continúa limitando a norte, sur, este y oeste con los mares del Sur, aunque sea sin islas. Y a veces se convierte en una de esas cajas cuánticas donde nunca se sabe si el gato está vivo o muerto hasta que no la abres. Fuera y dentro del cuarto de trastos a veces reconoces nombres, el de otros, el propio, y descubres que algunos de esos nombres son también como una condena. O no llegas a reconocerlos jamás, ni siquiera el tuyo. Mientras las palomas blancas siguen jugando en su nido, ajenas a pecados y penitencias, a cajas cuánticas, incluso a la agonía de los mares de Sur.


AVALON